domingo, 15 de abril de 2012

Eduardo Cerecedo nos habla de Ana Aridjis



Tengo la fortuna de presentar a continuación una pequeña fracción de la obra VUELO DE PALABRAS, del poeta, editor y crítico literario Eduardo Cerecedo que, en esta ocasión nos hablará de Ana Aridjis y de su obra ECOS PARA DESCIFRAR UNA FOGATA a la cual Cerecedo analiza de una manera profunda y detallada.
Más allá de ser un experto en literatura, Eduardo Cerecedo es un gran maestro que en este momento me instruye a partir de su basta experiencia con las letras, por lo que agradezcco haberlo conocido y ser su alumno en este momento...



En realidad, cualquier conducta verbal tiene un propósito, expresa Roman Jacobson en su tratado de Lingüística y poética. Así pues, en ese sentido, Ecos para descifrar una fogata, de Ana Aridjis (Morelia, Michoacán, 1966), tiene una finalidad: la desautomatización de los sentidos por vías audibles, recurrentes a su mundo interior.
El texto está organizado de la siguiente manera: “Lugares”, “Atajos” y “Retratos”; cada parte consta de una carta intitulada “Ecos para descifrar una fogata”, un continuo rumor de la noche alberga el ambiente, el mediodía se disgrega con los ojos que la miran, espejo cautivo en un mar de respiraciones, piel, voces son las defensas con las que el cuerpo se protege del otro.
“Cobijo con el vestido la hoguera/ que se advierte en sus ojos/ante una amnesia creciente.” Quiero pensar que los poetas nacidos en los 60 han descubierto a uno de los grandes creadores, poco leído por las anteriores generaciones y citado solamente por un círculo reducido de amigos. Me refiero a Don Rubén Bonifaz Nuño, cuyo eco resuena en el libro en turno. Aunque no con el rigor clásico latino, Ana Aridjis aborda la temática de La flama en el espejo, donde la flama es el parte aguas entre fantasía y realidad. Pues bien, en “Techos” la poeta muestra su quehacer poético, como lo hace a lo largo del libro con seguridad y decisión. “La azotea es el lugar de un maullido/ que se alarga para perder su celo.” Esa confianza que tiene la autora en las palabras es producto de una visión desarrollada por su formación como poeta y lectora de poesía. En “Atajos” “Amantes somos con los ojos encendidos/ por esa sal que se levanta de su cuerpo,/una granada inesperada en el desierto”; aquí no hay sensualidad, el Eros presente adelgaza el con imágenes cargadas de lumbre que tensan cada palabra. La granada cierra la antítesis en oposición a los ojos encendidos; desierto, sal y la granada con su frescura rompen lo expresivo del verso, para dar mayor solidez a la imagen.
En “Retratos” hay una separación de esa mirada, de esa unidad cuando dice: “Traicionan los amantes/ la palabra que se quema en los labios”. Una voz los delata; son seres que habitan el mismo mundo, el instante que se evapora al nombrarse, al saberse ellos mismos hechizados por el momento en que la soledad los inunda con presencias y ausencias. En Ecos para descifrar una fogata, Ana Aridjis incorpora una voz a la lista de poetas de su generación; con el conocimiento de que la poesía se hace con el rigor que exigen las palabras, al ser convocadas por la poeta a un mundo de correspondencias y de ecos, como lo afirma Octavio Paz.